sábado, 11 de agosto de 2012

"La aurora de un amor". Tommy Bell

CUENTO CORTO: "Solo un sorbo de felicidad"
Por Eduardo (Tommy)Bell
 
Capítulo uno: "La aurora de un amor".




Positano es el lugar ideal para pasar mis  ùltimos años, disfrutando de una jubilación feliz. 


Este lugar paradisíaco, se encuentra no lejos de Nápoli, uno de los sitios más pintorescos de Italia, sobre el hermoso mar Mediterraneo. 


Aquì paso mis dìas, entretenido dando clases de español en un colegio donde estudian los sacerdotes que iràn como misioneros a diferentes paises de América Latina.


Pero lo que màs me gusta de esta època de mi vida, son las visitas de mi nieta Rosa, que pròximamente cumplirà sus primeros cuatro añitos de vida.


Vivo solo con Sonia, mi esposa. Tengo dos hijos. José, el mayor, es odontòlogo, casado, y reside en Montevidéo, con su esposa y su  hija Marìa, de trece años quien es la mayor de mis nietas. La extraño mucho, pero me siento feliz porque pronto vendrán a visitarnos, probablemente, para navidad.


Mi otro hijo, Antonio, es comerciante. Se casò con una chica de Positano, y vivé con su esposa y mi nieta Rosita,  a cinco cuadras de casa, por lo que los puedo ver, por lo menos, dos veces por semana. 


Parece mentira que hoy estè asì, rodeado de mi propia familia, ya que en un principio, esto no estaba en mis planes. No cuando era sacerdote en Buenos Aires.


Dije que José y Antonio eran mis hijos. Bueno, como si lo fueran. En realidad, son sobrinos, hijos de mi hermano, y por eso tenemos el mismo apellido. Mi hermano y su esposa fallecieron en un accidente automobilìstico, y mis superiores en la iglesia, aprobaron la adopciòn, y los chicos, que en ese entonces tenían 4 y 2 años, vinieron a vivir conmigo en la casa de la parroquia de Saavedra, en la calle Republiquetas, a dos cuadras del parque. Durante las largas horas en que por mis obligaciones estaba ausente, los cuidaba Sonia, una especie de ama de llaves, con quièn, finalmente me casé. Sonia fué y es, como una madre para ellos. Pero eso, es otra historia.


La verdadera historia que conmoviò mi vida, es la que voy a narrar ahora. 


Cada vez más a menudo, me encuentro pensando en esa època de mi vida, quizá porque fue el perìodo, (ahora lo puedo decir), que me diò las mayores alegrìas, y también las mayores tristezas que he experimentado . 


Todo comenzó una noche de invierno en 1974. Lo recuerdo bièn, porque como todos los jueves, yo me quedaba en mi oficina trabajando hasta que llegara la hora de ir a la misa nocturna, una modalidad que habìa instituido el nuevo obispo llegado de la Santa Sede. 


Me levanté del escritorio y caminè hacia el espejo para acicalarme adecuadamente. Una de las cosas que se me permitìa, gracias al tipo de àctividades que tenìa a mi cargo, era no utilizar la sotana, sino que sencillamente podìa vestìr un traje negro, con una remera tipo polera, y el cuello blanco ministerial, como lo hacen en la Iglesia Anglicana. No se por què, pero eso me daba una sensaciòn de masculinidad. Nunca me gustaron las sotanas.


 Me miré en el espejo, y le pregunté por enésima vez a Hector Romano, el "Padre Hector" (quien me devolvía mi propia imagen desde el espejo), ¿qué más podía esperar de la vida, que no fuese las tediosas  repeticiones de mis actividades diarias? 


A los 35 años, probablemente muchos de mi pares hubieran dado cualquier cosa por estar en mi posición, ya que yo, ocupaba un alto cargo dentro del clero, cargo que generalmente lo habìan desempeñado sacerdotes de más edad y experiencia. 


Era responsable , nada menos que por toda la actividad juvenil de la Iglesia, no solamente de una parroquia, sino en toda la repùblica.  


Esto me mantenìa muy ocupado, y si bien es cierto que esa actividad me habìa desafiado en un principio, tan pronto como me dí cuenta que mi gestion había superado con creces la de los otros prelados que ocuparon ese mismo cargo, el aburrimiento y el tedio me comenzaron a empujar buscando alcanzar otras emociones, porque sentìa que lo que habìa experimentado hasta ese momento, ya no me satisfacía. 


Como de costumbre, estos pensamiento me los tendrìa que guardar para mi mismo, (uno más de mis tantos secretos), ya que de compartir este sentimiento con otros sacerdotes, o aún con mi confesor, me hubiera colocado en la categorìa de ególatra. Pero....... ¿Era así nomás?  ¿Era yo en realidad un ser engreido, creyéndome más de lo que en realidad era, o simplemente la verdad del éxito me lo estaba gritando en la cara, sin tenerme compasiòn?


Ese día en que mi vida comenzó a cambiar, me vuelve a la memoria, cada vez con màs frecuencia, y tengo la impresiòn que se tornará inolvidable. 


Ese jueves por la noche, y como todos los jueves por la noche, tendría que asistir a la misa de las 20.30 en la parroquia de la Avenida Rivadavia, y aunque en esa oportunidad, no tenìa que tomar parte activa, igualmente, si faltaba, mi ausencia no pasaría inadvertida, especialmente, para el obispo, un italiano que me habia tomado bajo su tutela.


 Pensé que más que estar bajo su tutela, constituíamos una sociedad donde nos ayudàbamos mutuamente. Ya en las reuniones del Consejo Eclesiàstico de la Curia, el nuevo obispo me pedìa que me sentara a su lado porque, con el pretexto de no saber español, me utilizaba como su traductor.  Cosas de viejo, pensé yo. Pero no, la verdad es que el Obispo Carlo Ponti, no solamente se habìa encariñado conmigo, sino que tambièn me admiraba, especialmente porque el éxito de todo lo que yo encaraba redundaba en muy buenas estadìsticas que el obispo podìa enviar a la Santa Sede.


Yo habìa terminado mis estudios en el seminario y luego me habìa ordenado sacerdote en la Ciudad Eterna, por lo tanto, dominaba perfectamente el italiano, y esto tambièn me unìa al viejo obispo. 


Evidentemente, mi ascendencia italiana, en este caso, me habìa servido de mucho para escalar posiciones dentro de la curia de Buenos Aires.


Pero no era solamente por el tema del idioma. Mi genio organizador probablemente era lo que lo tenía encandilado. 


Tenía mis actividades separadas en compartimentos estancos, y en cada una de ellas, había conseguido formar una equipo muy activo y e idoneo. 


Yo era responsable por:  la programaciòn y fiscalización de los estudios de catequesis; los seminarios para los aspirantes a sacerdotes; los campamentos juveniles; el movimiento scout católico en Argentina y la formación y proliferaciòn de grupos musicales para apoyar el nuevo y creciente movimiènto carismático en la iglesia, algo que el obispo apoyaba con todas sus fuerzas. 


En fin, que realizaba una tarèa para la cual, anteriormente, se hubieran necesitado dos o tres sacerdotes.


Y eso tenía un precio. Requería de mi un despliegue de energìa, que secretamente obtenìa mediante las grajéas de "Aderan Comprimido S", un compuesto que incluida  anfetamina.
A poco de haber comenzado a utilizarlas, su venta libre fué prohibida, y necesitaba prescripciòn mèdica. Ahora que lo pienso, esa fué mi primer actividad ilìcita, ya que en la visita a un mèdico amigo, le sustraje un talonario y comencé a falsificar las recetas. Claro... ¿Cómo podrìa el farmacéutico del barrio sospechar nada de su cura párroco?


Saquè una grajéa de Aderán Comprimido S, me la puse en boca y la bajè con un trago de café amargo, de la cafetera eléctica que tenìa en la oficina. Cerré la puerta con llave y me dirigì al ascensor, para bajar los cuatro pisos hasta la parroquia de Plaza Once.  Pero decidì que esa noche, no estaría como siempre en la nave central, sino que más bièn, me sentaría en la galería, así que detuve el ascensor en el primer piso.


Al ingresar a la galería, me topé con Vicky. La verdad que como toda figura popular, son más los que nos conocen a uno, que los que uno conoce, de manera que no me sorprendiò que aunque no la podìa ubicar exactamente, ella me saludara casi con complicidad, a la vez que me susurró, algo asì como que había traido a una amiga que estaba pasando por un mal momento sentimental, y que tal vez yo podrìa ayudarla, si charlaba con ella despuès de la misa. A su amiga, no la vi. Bueno, no la ví completamente, ya que como se habìa sentado, solamente pude ver que se trataba de alguien con cabello negro. 


Durante la misa, no pensé màs en ellas. Mis ùnicos pensamientos estaban destinados a lo que harìa inmediatamente despùes, que era buscar mi Citroen 3cv o 3vc (nunca me podía acordar)  y volver a casa, para saludar a mis sobrinos antes que se fueran a dormir. Habia tenido un dìa largo y agotador, como todos los dìa. 


Despuès de la bendiciòn y el amèn, salì apresuradamente, pero en el pasillo, antes de llegar a la escalera, ya estaba Vicky con su amiga, esperándome. Después de una rápida introducciòn, de la que realmente no me acuerdo, Vicky se disculpó con el pretexto de conversar no sé con quién, y la verdad no me importó en su momento ni me importa ahora. Creo que esa fuè la última vez que vì Vicky. 
 
La visiòn que tenìa delante de mì, era lo más impactante que habìa experimentado en mi vida. Leí no se en dónde, que la belleza reside en el concepto de quièn la aprecia. Evidentemente, hay algunos conceptos generalizados, por el que muchas personas pueden coincidir que algo o alguien es bello. 
 
Sea como fuere, en este caso, la mujer que estaba parada delante de mì cubría completamente todos y cada una  de las características que debìa poseer una mujer para que yo la considerara bella, pero Natalia, (ese era su nombre) superaba mis aspiraciones ampliamente. Tal combinaciòn de perfecciones se me hace difìcil describir, pero lo intentarè.
 
Natalia tenìa la altura y la contextura física de "mi" mujer ideal, o dicho de otra manera, y mejor aùn, de "la mujer ideal para mí". Una mujer en su plenitud, que seguramente no pasaba de los 30, a lo sumo 31 años de edad. Un poco más baja que yo, pero no mucho, aún con tacos, se movía con una feminidad natural, esbelta, elegante, llevaba la ropa con naturalidad, pero dejando adivinar que no carecia de aquellos encantos justamento donde a mi màs me agradaba. Ni mucho, ni poco, una armonìa perfecta.
 
Su cabello renegrido, le caía hasta un poco más arriba de la cintura, y se peinaba con un flequillo estilo Cleopatra. Sus ojos de un azul intenso, miraban con el billo que generalmente dá la inteligencia, y para nada parecìan deprimidos, como me lo habìa advertido Vicky. Por el contrario, eran inquisitivos, como buscando ella tambièn aquello que direa un significado completo a su vida. Su piel, de un blanco nacarado, contrastaba con su cabello negro, y no pude menos que pensar en ese momento, que verla sin la cobertura de su ropa fina y distinguida, dejarìa al descubierto otros contrastes màs íntimos entre su piel y el resto de su cabello.  
 
Cuando hablò, no hizo más que aumentar la perfecciòn de mis aspiraciones. Su voz, un poco más ronca de lo normal en las mujeres, me hizo suponer que sus susurros, tendrìan el poder de estimular las sensaciones originales de Adán en  el Jardìn del Edèn. Y finalmente, cuando siguiendo la costumbre porteña de saludar a alquien con un cálido toque de manos y un acercamiento para colocar las mejillas juntas, con un beso al aire, pude sentir el cosquilleo que me producirìa luego, infinidad de veces, esa sensaciòn de placer al contacto con su piel, que en esta oportunidad estaba enfundada en un aroma sutìl, que no pude determinar en ese momento, si se originaba en su perfume o tal vez, en sus cosmèticos.    
 
Releyendo estos ùltimos pàrrafos, me sorprende que luego de 37 años, pueda retener tan vívidamente en la memoria de mis sentidos visual, auditivo, tactil, y olfativo, esas impresiones que me sacudieron en lo màs ìntimo. 
 
Yo sé que lo narrado se refiere puramente al nivel fìsico, y que para lograr que yo alcanzara el amor que luego lleguè a sentir por Natalia, se debìa agregar a todo esto, experiencias que me hicieran conocer su ser interior, su inteligencia, su cultura, su intensidad para vivir, amar, y su entrega total y absoluta a ese amor. Pero todo eso se comprobará a medida que continùe con esta narraciòn.
 
Si bién es cierto que no lo creì en ese momento, lo que Vicky me habìa dicho sobre la necesidad de Natalia de recibir consejos sentimentales o espirituales, lo utilicé para tener una excusa y acercarme a su vida, así que le dije, casi a boca de jarro, que algo me habìa adelantado Vicky de su problema, y que ese no era el lugar para conversar, por lo que tendrìamos que arreglar una entrevista durante la semana. 
 
Natalia se rió. Su risa, corta, no era solamente un sonido, como cascada ronca, sino que ademàs, sonriò con sus ojos, lo que me hizo sentir como un chico a quièn habìan pillado en una travesura, En ese sentido, como muchìsimas veces despuès, me sentì desnudo, en el sentido que no podìa ocultar mis verdaderos sentimientos e intenciones en lo que a Natalia se referìa. Ella me podìa leer como a un libro abierto. 
 
Con mucha paciencia, como una maestra jardinera, me explicò que eso serìa muy dificil, porque trabajaba, porque tenìa que que atender a sus tres hijitas, y porque ademàs, vivìa en Quilmes. No podìa venir a Buenos Aires para tener una entrevista conmigo. 
 
Eso, normalmente, hubiera sido el final de una conversaciòn intrascendente, pero habièndola conocido, habiendo recibo el impacto de su personalidad, ya no la querìa perder. Le dije que tenìa un libro que le podrìa enviar si me daba su direcciòn. Natalia  buscò en su cartera y produjo una libretita muy femenina y con la lapicera que  hacìa juego., escribiò algo en una hoja y me la entregó, siendo esta, pensè yo, una excusa para que nuevamente se tocaran nuestras manos. 
La letra denotaba firmeza y personalidad. Solamente escribiò su nombre, Natalia del Molino, que luego supe era su nombre de soltera, calle Quintana 254 Dpto. B, Quilmes. 
 
Me sentì como el nàufrago a quièn se le ha tirado un salvavidas. Ahora sì, tenìa algo a lo qué aferrarme. Un nombre y una direcciòn. 
 
Nos despedimos con otro toque de manos y acercamiento de mejillas, pero en lugar de irme a Saavedra, volvì a mi oficina en el cuarto piso, busquè desesperadamente el libro "Soluciones Sentimentales" del Dr. Alberto Barrabino y decidi que se lo enviarìa. 
 
El libro era nuevo. En realidad, lo usaba para consejerìa espiritual con aquellos que en el confesionarìo comentaban que tenìan este tipo de problemas. Pensè, tontamente, que no le podrìa regalar un libro de segunda mano. La dedicaciòn fue increiblemente personal. 
 
"A mi querida amiga Natalia, con la esperanza que esta nueva amistad fecunde frutos inolvidables".   Hector. (01) 789.6452
 
Muy sutil. Me las habìa ingeniado para incluir palabras como "querida", "frutos inolvidables", no habìa firmado "Padre Hector", sino solamente Hector, hacièndolo así muy personal, y finalmente, el toque del maestro, habìa incluido mi telèfono personal, alguno que generalmente nadie incluye en una dedicatoria. 
 
Ahora sì. Puse todo en un sobre con el sello "Certificado y Expreso" y  lo dejè sobre el escritorio de mi secretaria, para que lo envìara a la mañana siguiente , asì que a màs tardar, Natalia  recibirìa el libro el lunes, y dependerìa totalmente de ella, si me llamaba o no. 
 
Si no me llamaba, seguramente up habrìa perdido la oportunidad de conocer mejor a la mujer màs impactante que jamás habìa visto en mi vida..... pero si me llamaba.............un futuro de inolvidables experiencias se podría abrit ante mí. 
 
(Fin del capìtulo uno)  
 
  

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