sábado, 11 de agosto de 2012

La mañana del Amor.

CUENTO CORTO: "Sólo un sorbo de Felicidad"
Por Eduardo (Tommy) Bell



CAPÍTULO DOS: La mañana del Amor.

Natalia me llamó ese mismo lunes, a las 10.20 hs. Exactamente 10 minutos después de haber recibido mi libro. 

Todas las llamadas telefónicas se recibían en una central telefónica, así que después de cortar con Natalia, le pregunté a la telefonista quien me había llamado. Dijo que se había identificado como Natalia del Molino, y que había pedido hablar con "Hector Romano". No con el "Padre Hector".

Nuestra conversaciòn fue ágil. Primero el agradecimiento por el envío del libro "tan pronto", dijo, y también, por la dedicatoria que me aseguró, le había hecho sentir un adorable calorcito en el alma, porque denotaba mucha ternura.
Noté que me había tuteado desde el primer momento.

Jamás, en toda nuestra relación, Natalia se dirigió a mí, o me presentó a sus amistades como sacerdote o "Padre",  para ella siempre fui Hector, o Hector Romano, y a mis ocupaciones las describía como "docencia", lo cual también era cierto. 

En esa conversaciòn telefónica, después de los agradecimientos de rigor, ya me contò sobre sus hijas, las actividades que ellas tenìan en su escuela, la guarderìa donde dejaba a la màs pequeña cuando ella se iba a trabajar a su estudio de abogada, en fin. hablamos por casi 45 minutos, en una conversaciòn que luego, al analizarla, me pareciò que nada tenìa que ver con el cumplimiento civilizado de un mero agradecimiento por mi gentileza, sino màs bièn, que me hablò con la soltura y candidéz de alguien que le comenta sus cosas a un buen amigo.

Me sentì sumamente còmodo. No hubo en todo esto, ni un atisbo de coqueterìa, o de frases ingeniosas para conquistar al otro con el juego del flirteo. Era como si hubiéramos salteado todo ese capìtulo, aceptando como cosa natural, que nuestra relaciòn era especial, y que ya nada tenìamos que explicar, negociar, o especular, solamente era cuestiòn de establecer el cómo y el cuando, pero no el sí condicional.

Igual, para asegurarme que no había mal interpretado lo que me parecía que nos estaba pasando, mencioné, como de paso, lo que Vicky me habìa dicho sobre su situaciòn matrimonial. "No sé que te dijo Vicky, pero con Horacio, no hay arreglo. Mi matrimonio se muriò hace muchos años, solamente falta el certificado de defunción. Ya hace un tiempo que no vive en casa, aunque seguimos como amigos y èl ve a las nenas. Te agradeceré que no toquemos más este tema".  Y nunca más lo hicimos.

"Bueno", le dije, "y... ¿cuando nos vemos?"  (Me la habìa jugado, y contuve la respiraciòn. No titubeó ni un segundo, como si ya hubiera adivinado que le haría esa pregunta, y tenìa la respuesta a flor de labios.

"Cuando vos quieras o tus ocupaciones te lo permitan. Mi problema no es el cuándo sino el dónde. Yo manejo mis tiempo en mi estudio, y podés disponer de mì cuando quiereas, pero tenè en cuenta la distancia, porque debo pensar en las nenas y no puedo viajar a la Capital".  Su voz era amable, clara, medida, pero intuì que inconmoviblemente decidida.

Convinimos que la pasarìa a buscar el mièrcoles y almorzarìamos juntos. 

Tuve que separar ese dìa enteramente para este encuentro. Tenìa la ventaja que debido a mis muchas y diversas responsabilidades, practicamente nadie podìa saber a ciencia cierta, dònde encontrarme en determinado momento, salvo cuando tenía reuniones o entrevistas previamente acordadas.

Hacía tanto tiempo que no vestìa de civil, que en realidad, no tenìa ropa adecuada para esta ocasiòn, ya que lo ùnico de civil que usaba era ropa deportiva. Decidí que irìa muy bien con mi pantalòn negro de cura, una camisa y corbata, (que me podìa cambiar en el auto) y me comprè un saco gris para combinar con el pantalòn. Quedé satisfecho.

Cerca de las 11 de la mañana, lleguè a Quilmes en mi Citroen, y habiendo estudiado el mapa de la ciudad, no tuve problemas en ubicar el edificio donde estaba el estudio de abogacìa de Natalia. Toquè el timbre de su puerta a las 11.30 y salimos para almorzar. La llevè a un restaurante que previamente me habìan recomendado, para comer algunas pastas ..... "veramente italianas".

Por lo general, yo no solìa ni beber alcohol ni fumar, asì que me sorprendiò que Natalia fumara. No fumaba mucho, pero sí lo hizo a los postres, en el restaurante. En aquel entonces, hace 37 años, no estaba prohibido fumar en lugares públicos como lo es ahora. No quise  parecer  púdico o mojigato, asì que la acompañé tanto con el vino, como con un cigarillo. Fué el primer cigarrillo mentolado de los muchos que fumè despuès.

Durante el almuerzo, nos contamos un montòn de cosas de nuestra vida, nuesta niñéz, dónde habiamos cursado nuestros estudios, anécdotas de nuestros padres, y de repente, sin saber còmo y sin premeditaciòn, mientras conversábamos nos tomamos de la mano, y nuestros dedos se acariciaron mutuamente. Podrìa haber seguido asì toda la tarde, pero a eso de las 15.00 hs
uno de los mozos tosiò disimuladamente, y al buen entendedor.........

Le pregunté a Natalia si podría disponer de un tiempito màs, porque realmente no me querìa despedir tan pronto. En realidad, aunque no se lo dije, ya no la querìa dejar ir nunca màs, ni siquiera por unos minutos. Tan fuerte era lo que estaba sintiendo por ella. Natalia habìa hecho arreglos para que una amiga buscara a las nenas, de la escuela y de la guarderìa, pero tenìa que estàr en su casa a màs tardar para las 18.30, así que disponìamos de unas tres horas màs para estar juntos. 

Me sugiriò ir a la costa del Rìo de la Plata, a un hermoso paseo arbolado que hay cerca del balneareo de Quilmes. Como yo no conocìa el camino, le sugerì que manejara ella, y aceptò sin remilgos. Me acomodé en el asiento del acompañante y disfrutè al verla manejar. Cada movimiento, cada maniobra, era para mí, una obra de arte. Aunque me costaba reconocerlo, Natalia manejaba muchìsimo mejor que yo. Me comentò, como de paso, que habìa aprendido a manejar con su papà, a los 8 años. "Ah, bueno....", pensé. "Con razòn".

Ese mièrcoles, a las 15.30 hs, el parque estaba desierto, y toda la exuberancia de sus flores, arboleda y paseos frente al rìo,  estaba allí para nosotros solos.
El viento la habìa despeinado, el pañuelo que tenìa atado a su hermoso y espigado cuello, flameaba al aire y pensé que debìa ofrecerle mi saco porque me pareciò que temblaba un  poco. Para resguardarnos del viento, nos cobijamos contra una pared, y le coloquè mi saco sobre los hombros. 

En esa maniobra, quedamos muy cerca, y sin poder evitarlo mis manos se deslizaron hasta ceñirla por la cintura, y pensè en ese momento que debìa ser muy cuidadoso para no quebrar una cintura tan escueta, que me parecìa poder rodeala solamente con mis manos. La atraje hacia mì, y la besé suave y dulcemente sobre sus labios. Recièn al minuto, (que yo disfrutè como si hubiera sido una eternidad), me dì cuenta que no habìa abierto sus labios para devolverme el beso. 

Pero no me rechazò ni se separò de mì. Me dejò hacer, aceptò el beso como algo esperado, ineludible, pero no lo correspondiò. 

Entré en pànico. ¿Què habìa hecho mal?  "Nada", me dijo, "Todo lo has hecho perfectamente, pero yo elijo mis tiempos". Me dijo que no tenìa dudas, que sabìa perfectamente còmo continuarìa nuestra historia, lo aceptaba y lo deseaba, pero tambièn querìa disfrutar la experiencia de ser mi amiga primero, luego mi novia, y despuès....... ya llegarìa lo demàs".

Yo estaba tan ebrio de amor por ella que hubiera aceptado cualquier restricción que me quisiera imponer, con tal de no perderla.

Le pedì que me dejara besarla otra vez. "Confio en vos", me dijo, "hacé lo sientas, pero ya sabès como pienso". 

Se que me diràn ingenuo, y que tal vez peco por exceso de romàntico, pero creo que los diez minutos que siguieron fueron los màs dulces a los que un amor platònico puede aspirar.

Hasta el dìa de hoy, me llega el recuerdo de recorrer con mi labios ese cuello, tan perfecto, y emborracharme con su perfume, que respiraba exprofesamente para llenarme de ella, quièn confiadamente en nuestro pacto no dicho, me dejò hacer. Comprobè asì que, el amor puro, casi infantil, tiene tambièn un papel importante en las relaciones de quienes se van a amar toda la vida.

Regresamos al centro de Quilmes en silencio, como si las palabras ya no cupieran en el pequeño auto, porque estaba lleno de nuestro amor. Natalia bajó del auto en la puerta de su casa. Lo que habìamos vivido esa tarde era tan sòlido que de prolongarlo, quizà se hubiera arrugado en su perfecciòn, de manera que sin bajarme del auto, sin acompañarla hasta la puerta de su casa, sin intentar conocer a las nenas, sin siquiera darle el besito de las buenas noches, me despedì, y ella me dijo. "Te llamo mañana". 

Mientras emprendìa el largo viaje de regreso al barrio de Saavedra, caì en la cuenta, sorprendido, que en ningùn momento, ninguno de los dos, habìamos dicho que nos amàbamos. 

Es que, efectivamente, hay momentos en el amor, cuando las palabras sobran.

(Fin del segundo capìtulo)

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