sábado, 11 de agosto de 2012

" El amor en su Zenit".

Cuento Corto: "Solo un sorbo de Felicidad".
Por Eduardo (Tommy) Bell

Capìtulo Tres: " El amor en su Zenit". 

Las semanas que siguieron las clasifico sin dudar, entre las más felices de mi vida. 

Para narrar estas experiencias ordenadamente, comenzaré diciendo que las llamadas telefónicas eran diarias, y que algunos dìas, una sola conversaciòn telefònica no nos alcanzaba. Muchas veces me he preguntado como pudo ser que a los 35 años pudiera experimentar un amor tan obsesivo, que me llevara a organizar todo lo que hacìa, en fusión de esta pasiòn, que no habìa experimentado ni siquiera en mi adolescencia.

Es que Natalia vivía en mí.

 Los viajes que regularmente tenìa que hacer por las distintas parroquias no solo de la Capitla Federal sino tambièn de las provincia, los congresos y festivales que debìa organizar, y aùn el tiempo dedicado a repasar las minutas que tomaba en las Reuniones Ejecutivas de la curia, todo, absolutamente todo, se habìa supeditado a mis contactos telefònicos y visitas a Natalia.

Esto tuvo dos efectos nocivos. Primero, que la calidad y el rendimiento de mi trabajo se viò perjudicado, porque para cumplir con todas mis responsabilidades, no me habìa quedado màs remedio que derivarlas en  mis ayudantes. Cuando el Obispo me lo hizo notar, mi excusa fué que estaba preparando lìderes para cuando yo fuera asignado a otras tareas. Mi excusa fue aceptada y hasta recomendada como ejemplo, a los encargados de otros departamentos. Si. El Olbispo Carlo Ponti, evidentemente, seguìa infatuado conmigo.

 El segundo problema que esto suscitaba, era que debido a que mi relaciòn con Natalia ocupaba practicamente el 40% de mi tiempo, y no podía dejar de lado las actividades que ya tenía en la iglesia y la energìa que consumìa aumentaba en la misma medida que disminuìa el tiempo disponible para descansar, y me encontraba dependiendo más y más del Aderán Comprimido S, para mantenerme despierto. Dormía en forma intermitente no màs de 4 horas diarias. Semanas despuès, Natalia me lo llegò a recriminar, diciendo que cuando yo la visitaba, era como que solo querìa descansar. Y era cierto, ella me producìa una sensaciòn de paz que ya no encontraba en ningùn otro lugar. 

Dupliquè la ingesta de esta droga, de una a dos grajeas diarias, y asì, tabièn dupliquè la cantidad de anfetamina que incorporaba a mi organismo.

Además de las llamadas telefònicas, organicé mis tiempos para viajar a Quilmes tratando de hacerlo, por lo menos, tres veces por semana, nunca menos de dos. Podía cubrir el trayecto de Saavedra a Quilmes en aproximadamente dos horas, teniendo en cuenta que en ese entonces, no estaba la autopista y el recorrido me llavaba por barrios y calles de mucho trànsito.

Los domingos, estaban fuera de toda disponibilidad, ya que debìa ejercer como sacerdote y siempre tenìa la responsabilidad de las misas. Los jueves, estaba esa reuniòn vespertina con el obispo Conti a la que ya he hecho referencia, así que mayormente, mis visitas a Quilmes eran en las tardes o noches de los lunes, miércoles o viernes. Dos horas para ir, dos horas para regresar. Pero bièn valìa la pena ese sacrificio. En realidad, habìa llegado a la conclusión que sin esos encuentros, mi vida ya no tenìa sentido.

Cuanto más me internaba en la vida de Natalia, más se desarrollaba en mi una doble personalidad. En mi mente, se estaba produciendo una transformación que aceptaba como normal. Una persona era el Padre Hector, y otra era Hector Romano. En las dos horas que me separaba de mi parroquia en Saavera a mi gran amor en Quilmes, se producia la transformaciòn del Padre Hector a Hector Romano, y en las dos horas que me llevaba el regreso de Quilmes a Saavedra, volvìa a ser el Padre Hector. 

Mi subconsciente trabajaba febrilmente para justificar la situaciòn, y me convencía que todo esto era para bièn, que en realidad el Padre Hector se habìa convertido en un ser más humano, más comprensible para con los que se martirizaban por su proceder reñido con las enseñanzas de la iglesia. Ese  proceder que generalmente se lo califica como pecado. "Perdòneme Padre, porque he pecado", oìa una y otra vez en el confesionario, y pensaba para mis adentros, "Ya has sido perdonado aùn antes de tu confesiòn".  

Lo mismo ocurrìa en mis charlas pastorales desde el púlpito. Todo me llevaba a predicar muy cuidadosamente, hablando siempre màs del amor de Dios, que de los mandamientos de la iglesia, resaltando las virtudes espirituales, sobre los pecados carnales. Sutilmente, se estaba produciendo en mi un cambio de valores y esto hacìa que yo tambièn acallara esa voz interior que me aseguraba que no podrìa seguir con esta doble vida por mucho tiempo más. Así que dejè de pensar en ello, y me dediquè a amar a Natalia con todas mis fuerzas. 

Natalia, como ya dije, tenìa tres hermosas hijitas, la mayor de 5 años, seguida de una rubia de 4, y finalmente la bebé, que apenas estaba empezando a caminar. Pronto llegaron a aceptar la presencia del "Tio Hector" como algo natural, y me encantaba cuando la màs pequeña me veìa y estiraba los brazos para que la alzara. 

Las nenas siempre estuvieron incluidas en casi todo lo que hacìamos. Las ibamos a buscar a la escuela, las llevàbamos al parque, tomàbamos helados, y en varias oportunidades, tambièn fuimos al balneareo de Quilmes. 

Lleguè a considerarlas como mis hijas. Tan es así, que Natalia un día me reprochò, medio en serio y medio en broma, que parecía que yo las querìa màs a las nenas que a ella.

Seguimos todos los pasos estipulados para una relaciòn normal en ese enonces, y nuestras tres primeras semanas fueron semanas de novios.Nuestra conducta en presencia de la nenas, siempre fuè irreprochable, por lo que, tanto Natalia como yo jamás tuvimos de què avergonzarnos. 

Cuando estábamos solos, además de charlar interminablemente, abrièndonos el alma que miràbamos en la profundidad de nuestras pupilas, no sé ella, pero a mi, me llenaba de paz. Sus ojos, intensamente azules, nunca dejaban de producir en mi una sensaciòn de hipnotismo. Era como nadar en una laguna azul de tranquilidad. 

No voy a negar que lo fìsico tambièn era parte importante de nuestra relaciòn.


No puedo hablar de lo que ella experimentaba, porque nunca entendì bièn, que es lo que las mujeres sienten con los hombres. Pero Natalia me llenaba los ojos, y la percibía tambièn con los demás sentidos. 

Oir cuando susurraba mi nombre al oido en los momentos en que estàbamos acariciàndonos, escuchar y hasta sentir sus suspiros contra mi piel, beber el aire de su respiraciòn, percibir junto a mi, su cuerpo temblando de pasiòn, besar sus labios, sentir que su boca se abrìa para recibirme, y disfrutar de ella como se disfruta de un panal, eran sensaciones que necesitaba cada vez con más asiduidad. Pero éramos novios, y Natalia nunca me dejò avanzár más allá durante toda esa etapa. 

Hicimos cosas locas, tambièn. Confieso que yo tomaba todo lo que me quisiera dar, poco,  màs, o mucho. Si no tomaba màs, era por amor y por respeto. No sé, no estoy muy seguro de esto, pero tengo la impresiòn que yo no puedo amar a quièn no respete. No hablo de la generalidad de la gente, hablo de mì mismo, y lo digo un poco, para que el que lea esta crònica, me sepa interpretar.

Debo confesar que a veces, me parecìa que estàbamos jugando el juego del gato y el ratòn, y presentía que yo era el ratón.

Por ejemplo, con sus ojos azules destellando humor e inteligencia, su risa ronca y su sonrisa a punto de estallar en su habitual catarata de alegrìa,  apyada entre el asiento y la puerta del Citroen, Natalia dijo no creerme cuando le asegurè que jamàs podrìa forzarla a hacer algo que  ella no quisiera. Ese juego nos llevò al hipotètico caso, de encontrarla sola en su departamento, durmiendo. ¿No me aprovecharìa de ella, o no lo intentarìa por lo menos?   Le asegurè que no, pero se me riò en la cara. 

¡Que sí, que no, que sì!   ¡Que no, que sì y que no!  Total, que llegamos a una apuesta. Si ganaba ella, y yo no podìa contenerme, yo le tendrìa que dar un regalo, pero si ganaba yo, y lograbra contenerme, el regalo me lo darìa ella.

Parecìamos dos chicos entusiasmados con este juego.

El experimento no lo podìamos realizar en su casa, claro.... por las nenas.

Sugerì entonces que fuéramos a un lugar que habìa visto en mis viajes a Quilmes. No quise emplear la palabra vulgar, "telo", asì que dije, "es un hotel donde podemos estar hasta dos horas".  Natalia no quiso saber nada con eso.

 Le asegurè que no correríamos ningùn riesgo, ya que se ingresaba con el auto, se dejaba el auto en una cochera privada y luego, directamente se subìa a la habitaciòn, y hasta el pago se hacìa por una ventanilla. Nadie nos verìa. Aceptò. 

Temblando de emociòn, los dos, como si fuera la primera vez en nuestra adolescencia, emprendimos esta aventura que màs tenìa que ver con una travesura, que con un romace adulto.

El lugar que habìa escogido era en realidad, de primera calidad. Lujo y limpieza estaban a la orden del dìa. Me saquè el saco, la corbata y los zapatos, 

Natalia,  tenìa puesto un vestido morado con vivos de plata, sin escote, con el cierre por la espalda y que le marcaba su cintura de avispa y estómago chato al igual que su cadera cadenciosa y prometedora. Solamente se sacò los zapatos. 

Le dije que estarìa mas còmoda si se sacaba el collar, asì que me diò la espalda, y mientras desprendìa el cierre de seguridad del collar, besè sus hombros y le bajè un poco el cierre del vestido, para que estè más còmoda.

Me sorprendiò no ver evidencias que tuviera puesto su sostèn, y me asombrò entonces pensar que con sus 30 años, pudiera llevar sus encantos tan firmes sin ayuda de esa prenda.

Nos acostamos uno junto al otro. Sobre nuestras espaldas, mirando el techo, donde descubrimos ademàs, un espejo. Tomados de la mano nos miramos, y nos pusimos a reir. "Pensá en la apuesta", me dijo. Creo que la primera media hora, nos quedamos alli, charlando de un  montón de cosas.

Pensè que por lo general, las "charlas de almohada" se tienen despuès de hacer el amor, no antes. Pero aquì estàbamos, vestidos, tendidos en la misma cama, en un "Telo" ... (de entre todos los lugares), y con nuestra "charla de almohada", pero sin haber hecho el amor.

"Esta no es la situaciòn que describimos para la apuesta", le dije.  Si seguimos asì, seguro que te voy a ganar, porque todo surgio con la hipòtesis que vos te encontrabas durmiendo en la cama, y vos no te vas a dormir con el vestido puesto.

Con ese respeto a lo que es justo que siempre la caracterizò, Natalia reconociò que yo tenìa razòn. Lentamente, se levantò, se parò al lado de la cama, se desprendiò el cierre del vestido, y con un movimiento sube-y-baja de sus hombros, permitiò que el vestido se le cayera. Quedé asombrado ante la belleza de esa mujer.

Habia intuido bièn. No tenìa puesto el sosten, y sus pechos armonizaban perfectamente con el resto de su figura, y pese a haber amamantado a tres creiaturas en los ùltimos años, se mantenìan hermosos, blancos y decorados con dos medallones que terminaban en hermosos y protuberantes pezones.

Se quedò quieta, sabièndo que yo la examinaba recorriéndo su cuerpo y disfrutando cada recodo del camino. La elegancia que habìa demostrado para vestir, tambièn la tenìa al desvestirse, y su hermosa ropa interior, ajustada a su cuerpo, me permitìa imaginar lo mullido que cubrìa su intimidad.

Recièn cuando terminè de observarla se adelantò, y apoyando una rodilla sobre la cama me dijo: "Mi amor..... por favor, quiero de todo corazòn que puedas ganar la apuesta. Aquì estoy, no podrìa evitar que me tomes, pero si realmente me amas, no lo hagas". 

La tomè de las manos y la atraje hacia mì, y nuevamente quedamos acostados, uno junto al otro. Nos besamos con los mismos besos de novios, le acariciè el rostro, el cuello, le besè las manos, en algùn momento inclusive puse mi rodilla entre su piernas, pero nunca, nunca, nunca se me pasò por la mente, desacralizar ese momento, esa confianza total que ella habìa depositado en mi.

Despuès de varios minutos, y a medida que pasaba el tiempo, Natalia se puso menos tensa, y seguimos hablando de todo, otra vez, una "charla de Almohada" sin haber hecho el amor. 

Me permitiò mirarla, y admirarla todo lo que yo quisiería. Con toda naturalidad, como si hubièsemos estado casados por años. En ningùn momento se tapò nada, y yo pienso hoy, recordando esta vivencia, que muy pocas parejas podrìan contar una experiencia similar. Si, creo que en todo sentido, lo nuestro fuè ùnico. 

Se vistiò lentamente, dejando que la disfrutara con los ojos.

No hablamos màs del tema, hasta que la llevè a su casa y nos despedimos.

Entre beso y beso, reconociò su derrota, y el hecho que tendrìa que darme un regalo. "Te lo voy a dar el pròximo viernes", me dijo.

Pensé que serìa una sorpresa, pero me dijo que no tenìa problema en decirme cual serìa mi regalo.

"El viernes, vamos a volver a ese lugar, y esta vez, serà en serio", me dijo, y con un ùltimo beso de las buenas noches, subiò hasta su departamento. 

Esa noche, aumenté mi dosis de Aderán Comprimido S a tres grajeas diarias.

 (Final del capìtulo tres). 

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