sábado, 11 de agosto de 2012

La tarde de un amor!

CUENTO CORTO. "Solo un sorbo de Felicidad".
Por Eduarto (Tommy) Bell

CAPÍTULO 4:  La tarde de un amor.

 Estaba hermosísima. El viernes en el que me daría el premio por ganar la apuesta, estaba más hermosa que nunca.


Ya las nenas estaban en la escuela y en la guardería, así que cuando toqué el timbre de la puerta de calle, me dijo por el portero eléctrico que ya estaba bajando, que la espera en el auto, porque no tardarìa más que unos minutos.


Mientras cerraba la puerta de calle con llave, la pude admirar. Como siempre, cualquier ropa le quedaba bien, pero esta vez, estaba hermosísima. Llevaba una pollera marrón gamuza, con un grueso cinturón negro, de hebilla dorada, que remarcaba más aún la esbeltez de su cintura. Zapatos negros de tacos más bien altos, y una cartera negra tipo sobre, todo haciendo juego. Su blusa era de un color anaranjado, haciendo juego con la pollera, y tenía un moño, suelto, que le caía coquetamente sobre un hombro. Completaba su atuendo, una boina también de gamuza marrón, tipo "maquis", de la resistencia francesa, la que sujetaba con un alfiler que tenía una perla en uno de sus extremos. Como siempre, elegante, recatada en su vestir,  pero no podría pasar desapercibida con esa prestancia.


Maquillada sin exageraciòn pero con estilo, se colocó los anteojos para sol, lo que lamenté porque cubrían así esos ojos azules que tanto me enamoraban. Me sonrió, y en ese momento, una brisa traviesa jugó no sé que juego con su cabello. Estaba hermosìsima.(Perdón, ¿Ya lo había dicho?)


Al subir al auto me dijo que no había apuro, teníamos toda la tarde y la noche, porque Susana, su amiga, se encargaría de buscar las nenas, llevarlas a casa, darles de cenar, acostarlas y se quedaría a pasar la noche con ellas.


Me tomó de sorpresa. Yo no había planeado nada especial, porque pensé que solamente iríamos al hotel donde me daría mi premio, pero no, Natalia tenía otras ideas, que inmediatamente comprendì y acepté, aunque no habíamos cambiado ni una palabra al respecto.


Ese día, era el día de nuestra boda.


Supuse que seria romántico llevarla a almorzar al mismo restaurante al que habíamos concurrido en nuestra primera salida, y la idea le encantó.  Qué cursis, pensé, porque al llegar, elegimos la misma mesa que habíamos ocupado en esa oportunidad.


Yo ya estaba acostumbrado, (aunque me gustaba por una parte, porque me sentía orgulloso, pero lo odiaba por otra parte, porque me `ponía loco de celos)  que al paso de Natalia, se volvieran las miradas, tanto de hombres como de mujeres. Supongo que las mujeres la admiraban y por su elegancia y porte, y supongo también, que lo hombres disfrutaban de ver tanta hermosura y feminidad juntas.


Y esta vez, no fue la excepción.


El menú fue sencillo, repetimos lo que habíamos pedido la primera vez, pero en esta ocasión sin bebidas alcohólicas, ya que para entonces, ambos nos habíamos confesado que preferíamos no beberlas. La entrada, la pasta, el postre y el cigarillo con el café.


Como música de fondo, muy suavemente, casi como intentando escabullirse dentro de mi subconsciente, Leonardo Fabio cantaba....... "Y eeeeella, ella ya me olvidòoo, o-o-o ......... y yo........y yo no puedo olvidarla".  Quité esas palabras de mi mente..... pero tanto la melodía, como la voz conmovida de Fabio,(que cantaba como si estuviese viviendo la lírica),  se resistían a irse, aferrándose a mi como una premoniciòn de futuro en la que no quería pensar.


Natalia notó el efecto que esa canción había tenido en mi, y tomándome me la mano me dijo...... "Tonto, eso nunca nos va a pasar.... jamás podría olvidarte". Aún hoy, después de 37 años, no puedo impedir emocionarme al escuchar esa canción.


Me dí cuenta que estábamos repitiendo exactamente todos los movimientos de nuestra primera cita, y eso me hizo sentir más seguro, porque me decía que contrariamente a lo que yo había temido en su momento, esa primer salida que tuvimos juntos había calado hondo en Natalia.


Del restaurante, ella tomó el volante, como la primera vez, y fuimos nuevamente al parque del balneario de Quilmes. Esta vez, no soplaba el viento, pero estaba tan desolado como en aquel entonces.


A Natalia le encantaba bailar. Lo había hecho desde pequeña, no solamente música clásica, sino mas tarde también, folclore, tango, y supongo yo, aunque nunca la vi bailar, salsa y otros ritmos modernos. Pensé que eso tal vez explicaba la hermosura de sus piernas, con su contorno bien marcado y firme, que había podido admirar plenamente el viernes anterior.


Al llegar al desolado paraje, dejó abierta la puerta del Citroen, y busco en la radio hasta que encontró algo de su agrado. Afortunadamente, era un lento, de manera que, pensé yo,  no quedaría en evidencia mi torpeza en el baile. Solamente nos abrazamos y me moví, (mecí sería la palabra correcta) al compás de la música. Pensé que había zafado. Pero al terminar la melodía, Natalia me dijo, como pasando sentencia. "Mi amor.... sos un tronco".


Desde el lugar en que habíamos estacionado el auto, hasta el faro que marca la ensenada de Quilmes, hay aproximadamente ocho cuadras de un bien cuidado paseo por la costa del `Río de la Plata. De un lado, las marrones aguas del mar dulce de Solìs, y del otro lado, canteros, con más pasto que flores, y árboles, con algunas palmeras, lo que me sorprendía porque no era zona tropical. Pero no me importaba, porque el espectáculo era inspirador, tranquilo, y con la presencia de Natalia, casi paradisiaco. Creo que nos llevo hora y media recorrer ese camino de ida y de vuelta. Avanzábamos lentamente, como si un pie le pidiera permiso al otro para adelantarse un poquitoo más, a veces tomados de la mano, a veces la llevaba de esa cintura que me tenia embrujado, y a veces, aùn tomados de la mano pero con los brazos extendidos, nos separábamos lo suficientemente para poder contemplarnos. Pero eso duraba poco, porque el imán que nos atraía ejercía una fuerza irresistible.


Al caer el sol, se levantò un ligero viento que nos recordó que tenìamos algo pendiente, en un nido, en una cueva, en un lugar donde le bajarìamos la cortina al mundo, para volver a ser los únicos. Pensé en Adán y Eva, y me dije...... Si yo hubiese sido Adán, y me hubieran dado a elegir la mujer para estar conmigo en la soledad de este planeta, hubiera elegido a Natalia. Y allí la tenìa.


El camino al hotel se me hizo eterno. Natalia no quiso manejar, y se me ocurrió pensar que si manejaba yo, era como si la llevara en andas al lecho en el que finalmente nos unirìamos en cuerpo y alma.


Hoy por hoy, veo en las pelìculas y tambièn conozco gente, que no tienen problemas en acostarse y practicar sexo con otros a quienes apenas conocen. Primero tienen sexo, despuès analizan si se gustan lo suficiente como para ser amigos, y finalmente, si lo van a repetir o convertirse en pareja. Es como almorzar de parados frente a la mesada de la cocina.


Yo prefiero el manjar, la celebraciòn, la mesa preparada y adornada, bièn puesta, el aroma de la comida que llega para abrir el apetito, la excelencia de la compañìa, el tiempo dedicado a saborear cada bocado, la calidad, y finalmente,
el postre adecuado para todo lo ante dicho.


Y asi tambièn fue nuestra primera vez. Lo que nos pasò esa noche, no fuè sexo porque nos amábamos, sino amor que se expresó, entre otras cosas, por medio del sexo.


Dije anteriormente que no sé, ni entiendo, lo que siente una mujer cuando está con un hombre y por eso no intentaré describirlo. Lo que voy a transcribir ahora, son las sensaciones y emociones que yo, como hombre, experimenté desde el momento en qué besé a Natalia al entrar en el dormitorio, hasta el momento en que mi masculinidad ingresó por primera vez en el altar de esa diosa.


Por primera vez desde que habìa conocido a Natalia, dejè de sentirme como el ratòn con el que juega el gato, y pasè a ser yo quièn tomaba control de nuestra relaciòn. Cuando al entrar en la habitaciòn la tome entre mis brazos, Natalia ya era mi esclava, sentì su entrega total, no fueron sus palabras, no fueron sus gestos, no fueron sus actitudes. Fué como si nuestras mentes y espíritus se hubiesen unido, y sin necesidad de nada màs,  supe que yo era el hombre y ella la mujer. En un segundo, me sentì transportado hacia el jardín del Edèn, y nuevamente fuì Adán con mi Eva. Como si toda la historia de la humanidad que vino despuès, no hubiese ocurrido todavìa.


No recuerdo (sinceramente no lo recuerdo) cómo fuè que ocurriò esto, pero de repente me dì cuenta que yo solamente tenìa puesto mi slip. Natalia estaba del otro lado de la cama, de pie junto a la cómoda, y se habìa sacado el reloj, los anillos, los aros y el collar. Tambièn se habìa sacado la boina con el alfiler de perla, y eso me dio la idea para completar lo que nos estaba faltando.


Pasè por sobre la cama, tomè el alfiler, y le dije. "Naty, me gustaría que hicièramos algo primero. Nos sentamos en el borde la cama y le expliquè que realmente, me querìa casar con ella, pero siendo que nuestra experiencia no cabìa en los canones del cristianismo que oficialmente ambos practicàbamos, tendriamos que hacerlo con otras formas, con otros sìmbolos, pero que tuviesen el mismo significado. Natalia no tenìa ni idea de lo que yo estaba pensando, pero en su ojos ví que harìa todo lo que le pidiese.


Tomè el alfiler de perla con mi mano derecha, y presionè la punta contra mi pulgar de la mano izquierda, hasta que brotò una gota de sangre.
Fuè doloroso.


Sin mediar palabras Natalia tomò el alfiler e hizo lo mismo sobre su pulgar izquierdo. Junté los dos pulgares y nuestra sangre se unió. Quedamos quietos, asì, como si pudièsemos sentir que la sangre del uno se metìa por esa herida en la sangre del otro, y me pareciò, digo me pareció porque asì lo sentì, como si la gota de sangre que Natalia me habìa dado, comenzaba a viajar por mis venas hasta mi corazòn.


Todavìa sentados sobre la cama, me deslicé arrodillándome detrás de Natalia, para besar su cuello. Ella se dejò besar, pero luego se puso de pie, siempre de espaldas a mi, se sacò la blusa y cayò la poyera. Esta vez, sí, tenìa un sosten, blanco y trasparente,  que hacìa juego con su slip, tambièn blanco y transparente, pero adornado con unas mariposas rosas, diminutas pero visibles solo en la parte posterior. Se desprendiò el corpiño y lo dejò caer.  Recièn entonces se diò vuelta, y pude ver que la transparencia de su slip, dejaba traslucir la abundante espesura tambièn de color negro, como su cabello, que entre sus piernas contrastaba con ese blanco nacarado de su piel.


El ùltimo gajo, lo dejò para que yo mismo lo sacara. Me sentè al borde de la cama y ella se acercò màs, siempre de pie. Subí mis manos por sus pantorrillas y luego lentamente hasta sus caderas disfrutando cada centìmetro de piel, y luego, tambièn muy lentamente, le quitè el slip, que ella desecho, con dos hàbiles y perfectamente sincronizados movimientos de sus tobillos, y ahora si, no habìa nada màs entre nosotros.


Lo que siguiò no fuè sexo. Fuè la expresiòn màs pura de un amor, que había tenido el candor, la gentileza, el decoro, el buen gusto y la paciencia de esperar para ser disfrutado en su momento justo.


Suavemente hundì mi boca en su espesura, respirè profundamente y comprobè que el màs dulce de los perfumes, no se puede comparar con los que emanan de la mujer deseada. Ella me dejò hacer, hasta que mis besos se transformaron en demandas que buscaron su clítoris, y algo debió haber sentido porque gimió.

Subí lentamente besando cada recodo de su cuerpo, el oyuelo pefumado de su estómago, deteniéndome interminablemente en sus senos con mordiscos labiales, pero en esa expresión de amor, no podìa avanzar hasta el otro nivel, sin dedicarme a saciar mi sed en su boca generosa y complaciente.

Y de pronto, ya la estaba cubriendo, buscando no dañarla en mi apresuramiento, pero ansioso por fin de sabèr que ese sueño, era una realidad, y que esa realidad era mìa, en toda la extensiòn de su significado. .

Ahora se me hace dificil recordar la cronología de nuestras caricias, pero sè que nos besamos, se que la recorrì con mis labios y que finalmente, con mucha delicadeza busqué la penetraciòn. Me sorpendiò que mi cerebro pudiera captar cada detalle de su intimidad, transmitida no ya por el tacto de mis dedos, sino por el de mi masculinidad. Solo habló una vez, para decirme al principio.... "Quedate quietito, que te quiero sentir en mì".


Y luego sì, la pasion, donde Adan con toda la fuerza de su naturaleza poseyó y disfrutò de Eva, totalmente sujeta a su dominio.


Durante las cinco semanas que siguieron a ese ùltimo viernes de setiembre de  1974, viví en ese paraiso, y  esa ocasiòn fue la primera de muchas otras experiencias intimas y personales, que guardo en el arcón de mis recuerdos.


Fin del capìtulo 4.




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